Fue inesperado. Por un segundo tenía los ojos fijos en el piso; al siguiente los había cerrado mientras recargaba mi cabeza en su pecho. Me dejaba envolver en sus brazos y las lágrimas me rogaban escapar porque ya llevaban demasiado tiempo cautivas. Las ganas de llorar antes de que me abrazara eran casi insoportables, pero cuando su cuerpo se aferró a mí y sentí su mentón sobre mi cabeza, solo solté un par de lágrimas que no pude contener; el resto de ellas desapareció repentinamente, tal como si el hecho de que oía por primera vez su corazón hubiera logrado tranquilizarme por completo.
sábado, 26 de noviembre de 2016
Inesperado
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